Año 70
a.C. Roma finalmente se libra del yugo de Sila. Los cónsules y rivales Cneo
Pompeyo Magno y Marco Licinio Craso, regresan a Roma con la gloria de la
victoria frente a los piratas del Mediterráneo y frente a Mitrídates del Ponto
en Asia menor (Pompeyo) y frente a la rebelión liderada por Espartaco en la
península itálica (Craso). Entre ellos, la rivalidad resulta más que evidente,
y la enemistad también. El uno intenta acabar con el otro en incontables intrigas
y conspiraciones hasta que surge un hombre que se interpone en el choque de
trenes que se avecina entre los dos triunviros. Un hombre cuyo genio asombraría
al mundo incluso milenios después de su muerte. Un hombre que moriría
convertido en un Dios. Cayo Julio César.
Aún no
demasiado conocido, César, que proviene de una familia noble venida a menos no
supone ninguna amenaza para ambos cónsules, por lo que, unido al talento y
ambición que ambos ven en él, deciden que sea el tercero que medie entre ambos.
Así,
pasados los años, Pompeyo se ha hecho un nombre que por siempre resonará en los
anales de la Historia de Roma y respetado por las legiones y las facciones más
conservadoras del Senado. César sigue amontonando victorias y aventuras que
dejan entrever el brillante futuro de una joven promesa del Olimpo de los
Titanes de la Historia. Y Craso se ha convertido con sus maniobras comerciales
y especulativas en el hombre más rico y con mayor fortuna que diera la ciudad
eterna en toda su historia; jamás sería superado por nadie.
Todos
ellos tenían algo que dar a la futura unión, pero también necesitaban de lo que
los demás podían ofrecerles. César necesitaba el dinero de Craso y los
ejércitos de Pompeyo para poder quedar inmortalizado en la Historia. Craso necesitaba
de la gloria militar que jamás logró conseguir del todo y así lavar su imagen
de hombre despiadado. Y Pompeyo necesitaba de la solvencia que Craso le podía
proporcionar y de la ayuda de su pupilo, Julio César, para hacer reinar la Paz
en la República.
César, el más débil de los tres, se percató de inmediato de esta situación y, 10 años después, en el 60 a.C. pactó con los otros dos hombres en secreto para repartir el poder de Roma entre ellos y eclipsar el poder de los conservadores principalmente (liderados por Catón el Jóven y Marco Tulio Cicerón). Y fue esa alianza la que permitió a César llegar a escribir su nombre en la Historia como uno de los hombres más grandes que hayan existido jamás. Por desgracia, el sueño hecho realidad no duraría demasiado para desgracia de César…y posiblemente de Roma…
Cneo
Pompeyo Magno Marco Licinio Craso Cayo Julio César
Año 44
a.C. Tras haber sido perdonados por su traición a César, el grupo más infame de
conspiradores liderados por Cayo Casio Longino y Marco Junio Bruto asesinan,
con 23 puñaladas, a Cayo Julio César, dictador perpetuo, favorito de Venus y
del pueblo de Roma. En los Idus de marzo y sintiendo el dolor de la traición y
el frío suelo de mármol del Senado, César expira su último aliento asustado. No
por él. César no le teme a la muerte. Está asustado por lo que se avecina tras
su muerte. El caos se apodera de la ciudad y de la República. La facción de
César está deshecha. Su líder, Marco Antonio, debe mantener la compostura y
pactar con los asesinos de su mejor amigo ante la magnitud de su traición. Está
de manos atadas, y eso no le gusta.
Año 43
a.C. Marco Antonio, aún estando prácticamente sólo, planta cara al Senado, que
ya ha sido conquistado por Cicerón, aliado de los asesinos de César. Un hombre
se une a Marco Antonio, Marco Emilio Lépido, un general de cierto renombre que
fue repudiado por Cicerón.
El
Senado envía a los cónsules Hirtio y Pansa a acabar con Antonio. Pero no están
solos, un joven los acompaña. Un joven destinado a marcar un antes y un después
en la Historia de Roma. Cayo Octavio Turino, heredero de César, que años
después llegaría a ser Augusto. Tras un enfrentamiento con Antonio, Octavio se
percata de que está siendo usado por Cicerón como una vulgar marioneta para
lograr su propia destrucción y la de Antonio, por lo que decide dar la vuelta
al plan de los asesinos de César.
Se
reúne con Antonio y Lépido en la ciudad romana de Bolonia, en el norte de la
península itálica, y pactan una nueva alianza, un nuevo triunvirato, una nueva
esperanza. El objetivo es sencillo: acabar con los traidores e intentar recoger
los pedazos de una República que está abocada a su propia destrucción.
Así, se
proclama la Lex Titia, con la que el
Segundo triunvirato se hace oficial y se proclama su vigencia por un período de
cinco años. Los cesarianos saben que la ayuda está en camino…los optimates, los
traidores y los asesinos del gran César intuyen que pronto…muy pronto, llegará
su hora. Los Triumviri Rei Publicae
Constituendae Consulari Potestate (Triunviros para la Constitución de la
República con Poder Consular), marcharon unidos para abrazar su destino…y
sellar el de los asesinos del favorito de Venus.
Año 42
a.C. tras haber sido expulsados de Roma por Marco Antonio dos años antes,
Bruto, Casio, Casca y los traidores de Roma se encuentran esperando en
Macedonia. Creen que el plan maestro ha dado sus frutos, que Antonio y Octavio
se han destruido entre sí y que los restos del superviviente se aproximan para
ser destruido por las 17 legiones optimates que allí aguardaban, como el
cocodrilo que espera, con las fauces abiertas, esperando a que su presa se
aproxime a su fatal destino. Lo que desconocían todos ellos era la sorpresa que
se les avecinaba.
A cada
día que pasaba, el cerco que rodeaba a los confiados optimates se iba
estrechando, hasta que, cuando se dieron cuenta de que Antonio y Octavio
cabalgaban juntos bajo el mismo estandarte, ya fue demasiado tarde para huir.
Sus 17 inexpertas legiones debían hacer frente a las 19 legiones cesarianas,
adiestradas y curtidas en la batalla, la sangre y el acero.
El fin
llegó para Casio y Bruto el 3 y el 23 de octubre del año 42 a.C. Los asesinos
de César recibieron el pago por su crimen y Roma pudo al fin descansar
tranquila rodeada por el abrazo de tres hombres. Tres grandes hombres que, aún
con sus diferencias, lograron que reinara la paz en Roma durante 10 años, hasta
que finalmente Octavio se convertiría en el único amo y señor de Roma.
Ya no sería conocido como Octavio, se llamaría Augusto, y todos los demás lo llamarían Imperator, pero eso ya es otra historia…
Marcvs Antonivs, Marci Filii, Marci Nepos.